Llegué al stand-up comedy fruto de la mamadera de gallo con los compañeros de trabajo, aquellos que me sugirieron el salto hacia el vacío: ser feliz con lo que se hace y vivir de ello.

Comencé en el programa Los Comediantes de la Noche de RCN. Ahí era flaco, no descrestaba pelirrojas (mi fetiche), ni los zancudos me comían porque hasta ellos mismos decían: “Yo tengo dignidad, tan carroñero tampoco”. Pero fue productivo ese intento de materializar mis sueños y vencer mi utopía preferida: Trascender.

Ahí comenzó la independencia, la falta de cesantías y un nuevo aspirante a citas en el Sisbén; pero también la aventura de buscar retos, compañeros y entender lo que es ser comediante.

La pobreza ha marcado mi estilo como comediante: “Si yo tuviera plata sería muy ordinario, ¡Mi Dios sabe cómo hace sus cosas!”. He sido más bien de malas para el amor, mi Cupido tiene parkinson porque no le pega a ninguna, por eso hago promesas para atraer el amor: “Si el Frutiño promete que tiene pulpa de fruta… ¿Yo por qué no voy a prometer amor eterno?»

Mi estilo se define como sarcástico de tiempo completo, observaciones creativas sobre el día a día y saber encontrar el detalle cómico de cualquier situación. Soy un mito de Datacrédito y el nuevo elegido del celular de las cobradoras.

El hijo de los bares de salsa, profeta de un amor puro y sincero hacia Calamaro, romántico con IVA incluido; un crossover de gustos: amo a Bukowski pero escucho a Arjona: Ese soy yo, un soñador de negras intenciones y otro humano más que ama hacer reír a la gente. Ahora me comen hasta los zancudos y me sentó de maravilla ser comediante, me volví hasta lindo.